Los problemas de comportamiento infantil son un hecho cotidiano que está captando el interés y atención de la sociedad. Se han incrementado progresivamente los problemas de comportamiento graves en la adolescencia y juventud temprana y las conductas agresivas y delictivas, lo que provoca gran preocupación social por cómo revestir esta tendencia.
El origen de estos desajustes pudiera estar en un desarrollo psicosocial deficiente, por unas pautas educativas desajustadas y mayor disponibilidad y accesibilidad a modelos inadecuados. Estos factores promueven el mantenimiento o incremento de comportamientos disruptivos, su origen quizá normal, y que en ciertos casos pueden llegar a alcanzar mucha gravedad.
La identificación precoz de trastornos leves del comportamiento, es crucial para elaborar un plan de acción, resolverlos a tiempo y evitar futuros desajustes sociales, en casos extremos, hasta la delincuencia.
Es posible que ante conductas desobedientes padres y adultos se preocupen y tomen medidas de control para reducir su frecuencia, promueven comportamientos alternativos o incompatibles y modelos de comportamiento no agresivos. Pero también puede suceder que esperen que esos comportamientos se vayan extinguiendo al crecer, o que no sea el momento de controlarlos. Optar por la falta de intervención es siempre un craso error que llevaría al mantenimiento/incremento de las conductas disruptivas y/o agresivas, generando progresivamente un grave problema con consecuencias académicas, sociales y emocionales.